McCoy Tyner

CBA JAZZ | 2019

McCoy Tyner

“Sé que sabes tocar, pero eres demasiado joven” le dijo, probablemente en 1959 a McCoy Tyner. Coltrane estaba componiendo el tema Countdown y, de visita en Filadelfia, le mostró la incipiente composición a su joven amigo que, entusiasmado, le pidió unirse a su banda. Sin embargo Tyner, que apenas tenía 20 años, estaba muy seguro de su poderío: le sacó a Coltrane la promesa que apenas pudiera armar su propio grupo lo iba a convocar.

Finalmente ese día llegó. Tyner había sorteado un exigente entrenamiento como pianista de la banda de Benny Golson y Art Farmer y, como todos los músicos de su generación, había quedado fascinado por el jazz modal a partir de la escucha de Kind of Blue. Coltrane, por su parte, encaminado ya a ser una de las figuras más relevantes del jazz, estaba decidido a conformar la banda que tenía en su cabeza. Y su primer paso, pequeño para un saxofonista, enorme para la historia del jazz, fue convocar a Alfred McCoy Tyner.

Tyner tenía en común con John Coltrane un temperamento calmo, tranquilo, que se quebraba como un vidrio cuando se ponía frente al piano. Su intensidad lo hizo el compañero ideal pero también le permitió forjar un estilo que lo transformó en el pianista más influyente luego de Bud Powell, al que siempre consideró su maestro. La forma en que jalonaba sus solos, como sentencias, construyendo un discurso musical asentado en una potente mano izquierda y una derecha inquieta y sofisticada, puede escucharse en infinidad de músicos contemporáneos (en Argentina, quien ha proyectado de forma más consistente su estilo ha sido el santafesino Francisco Lo Vuolo).

Luego del cuarteto de Coltrane, McCoy Tyner pasó por Blue Note, Milestones e Impulse, siempre convocando a músicos de primer nivel: un centro gravitatorio artístico. Uno de sus últimos discos fue McCoyTyner Quartet, junto a Christian McBride, Jeff “Tain” Wats y Joe Lovano. Nunca salió del piano acústico, su compromiso con ese tipo de sonido fue absoluto. Casi un dogma de fe.

Cuenta la leyenda que un par de años después de comenzar sus primeras lecciones, mientras practicaba en el piano que su madre había colocado en el salón de belleza que regenteaba, sorprendió a Bud Powell con la oreja apoyada en el vidrio que oficiaba de fachada, oyendo atentamente y tal vez imaginando que el futuro del piano jazz había quedado en buenas manos.